por Pablo Rego | Una feliz circunstancia que con los años se fue transformando en una
motivación. Llevar Yoga a donde hace falta. Desde 2008, en la Comunidad
Valenciana, España, a pueblos como Almazora, Requena y Nules hasta la
actualidad, cuando cada día voy a dar clases a pueblos de la Provincia de
Buenos Aires, Argentina, como Iriarte,
Alberdi y Germania.
La vida en los pueblos y Yoga.
Se suele pesar que la vida en los pueblos es mucho más tranquila que la
de las ciudades. Desde el punto de vista del ritmo y de la cantidad de
actividad puede ser cierto, pero teniendo en cuenta el estilo de vida del mundo
globalizado, la necesidad de liberarse de las tensiones se impone ante los
síntomas que presentan los pobladores de estrés y enfermedades relacionadas con
hábitos físicos, alimenticios y emocionales poco saludables.
Aquellos que viven a kilómetros de distancia de las grandes urbes miran
los mismos canales de televisión, usan los mismos tipos de teléfonos, se
comunican de la misma manera y muchas
veces crean necesidades tan artificiales como las que se tienen en las grandes
ciudades. La intensidad de la vida de estos tiempos hipercomunicados llega a
todas partes.
Desde las primeras incursiones en las que pude
compartir Yoga en diferentes pueblos de España, y luego de Argentina, fui
aprendiendo a dar con sencillez, a destacar la autenticidad como la mejor
manera de comunicar, la transparencia en el mensaje y la contención en el
aprendizaje.
Aprendí que aquellos que viven lejos de las ciudades,
porque les parece mejor, muchas veces reciben lo peor de nuestras sociedades,
ya que se sobrevalora la actividad económica y productiva de las ciudades y se
desprotege y abandona a los pueblos, cuna de la esencia de las personas,
reducto de una vida más auténtica y ecológica y con un fuerte práctica de los
vínculos humanos.
Así y todo, en estos tiempos, practicar Yoga también
es una necesidad en los pueblos.
Mi camino como un holograma.
Siguiendo la máxima que dice “Haz aquello que amas y
no trabajarás un
solo día de tu vida”, luego de años de práctica de Yoga, decidí dedicar
mi tiempo a dar a conocer esta actividad, compartiendo mis experiencias y
conocimientos en sesiones de Yoga.
Durante mucho tiempo había practicado en silencio
mientras desarrollaba otras actividades, estudiando los aspectos más profundos
y menos obvios de la práctica y tratando de entender con todo mi Ser los textos
y ejercicios de Yoga. Al cabo de unos dos o tres años se instaló en mí la
controversia de tomar el Yoga como una actividad profesional, controversia que
trasciende mis propios pensamientos y está instalada en la actualidad en todo
el mundo con el resultado de diferentes conclusiones.
Pero, conforme pasaba el tiempo, creció en mí el
impulso de compartir, de dedicar más tiempo al Yoga que a otras actividades y
fue entonces cuando decidí que estaba preparado para dedicarme a guiar sesiones
con la sensación de estar bastante empapado el espíritu del Yoga. Y digo “bastante” porque
nunca parece ser suficiente por lo infinito de este espíritu.
Llevaba tres años viviendo en España, en un pueblo de
la Comunidad de Madrid cuando m vida dio un cambio radical y una crisis personal
me condujo a abrazar con cuerpo, mente y alma la posibilidad de dar forma a
todo ese conocimiento que llevaba muchos años ya cultivando por mi cuenta. Fue
entonces cuando me dediqué por completo a formarme como profesor, para adquirir
las herramientas didácticas y estructurales de la docencia, dentro del contexto
de Yoga.
Luego de realizar varios cursos de formación, comencé a
dar Yoga en el pueblo en el que vivía y en otro no muy lejano. Pero estaba en
proceso de mudarme a Valencia por lo que aquellas clases de Majadahonda y
Sevilla la Nueva en la Comunidad de Madrid, quedaron en una señal que ahora
puedo sumar a al resto del camino.
Llegué a la capital valenciana en 2008 y armé mi
primer estudio de Yoga “Yoga sin Fronteras” en el centro de la ciudad, en el
barrio de Cánovas. Además comencé a dar clases en otros tres lugares diseminados
por diferentes barrios.
Pero, mientras me instalaba y comenzaba desde cero con
esta actividad de manera profesional, con mucha ilusión, pero también con
bastante incertidumbre, recibí una convocatoria, como un llamado mágico, de un
pequeño empresario que se dedicaba a organizar cursos de formación profesional.
Y como profesor de Yoga que era, Don Paco Molina quería incluir esta disciplina
dentro de las posibilidades de la educación física de los trabajadores.
Este proyecto me llevó a dar clases regulares a tres
pueblos ubicados fuera de la ciudad de Valencia. Allí comencé a experimentar el
viaje en carretera hasta un pueblo. Conocer a unas personas con unas
características particulares. Y comencé también a experimentar la comunicación
y la guía de mis clases de Yoga con seres ávidos de actividades, de
conocimiento (que por lo general nunca habían hecho Yoga), de poder vivir lo
mismo que se vive en las ciudades sin tener que atravesar la dificultad de
llegar hasta ellas.
Kilómetros de Yoga
Comencé a hacer kilómetros y a percibir un viaje
particular. Un viaje en el que ir proyectando mentalmente la forma a una sesión
de yoga, en el que reconocer a los practicantes y sus necesidades e ir diseñando
a través de la intuición y el conocimiento la mejor sesión posible para todos y
cada uno.
Recorría unos 60km hacia el norte para dar clases en
la Provincia de Castellón, en Almazora, Nules o Moncófar; o viajaba hacia el
oeste, uso 60 kilómetros hasta Requena. Y en cada oportunidad fui descubriendo
el trato amable y respetuoso de quien recibe con alegría y agradecimiento la
llegada de una actividad muchas veces, aún hoy, desconocida o mal conocida.
Luego de un tiempo de realizar estos viajes, pudiendo
experimentar también las clases de Yoga en la ciudad, el destino me llevó a mi
Buenos Aires natal, en Argentina, ciudad en la cual me instalé y repetí la
experiencia de crear un estudio de Yoga, en el céntrico barrio de Recoleta, en
donde estuve algunos meses.
Pero luego de un tiempo volvió a repetirse aquella
primera experiencia de los viajes por las carreteras españolas, pero esta vez
por las rutas del interior de Argentina, en la extensa Provincia de Buenos Aires.
Las clases de Yoga en los pueblos empiezan ahora por
el pueblo que habito, Iriarte (o Colonia San Ricardo), un pequeño pueblo a
350km de la inmensa ciudad de Buenos Aires, rodeado de campo, cielos y
horizontes. Los viajes por ruta me llevan ahora a Juan Bautista Alberdi y
Germania, dos pueblos distantes unos 15km y 35km de mi hogar.
La experiencia de casi diez años de realizar esta
actividad, la de dar Yoga por los pueblos, me enseñó que la concentración de
todas las actividades de nuestras sociedades deja gente afuera, incluso Yoga.
En las grandes ciudades crecieron las escuelas y los
estilos de Yoga, pero en los pueblos se suele pensar que yoga es una actividad menor,
de pura relajación que tienen que practicar las señoras mayores con poca
movilidad. La información que poseen en la práctica tiene mucho que ver con las
primeras y limitadas interpretaciones que se hacían en Occidente de la manera
de cultivar, practicar y compartir Yoga.
En pleno Siglo XXI y con herramientas tecnológicas
como las que existen hoy en día para verlo todo, en lo pequeño, en lo real, dar
clases de Yoga en los pueblos es una manera de aclarar cuáles son las formas y
conceptos que en todo el mundo occidental ha ido tomando el Yoga, debiendo ser
destacados los aspectos del profundo entrenamiento físico para niños, jóvenes,
adultos, adultos mayores, mujeres y hombres, y sus consecuencias positivas para
la salud, la dimensión mental para encontrar un estado interior equilibrado y lo
positivo de la transformación espiritual como elemento que mejora el ambiente
social que se vive en las pequeñas comunidades.
Además de la práctica cotidiana y de organizar clases
de Yoga, la necesidad de explicar y aclarar nociones básicas, que en otros
sitios como las ciudades se da por hecho, quizá sea el mayor desafío para un
profesor. Y la mayor satisfacción ver una y otra vez los excelentes resultados
obtenidos por los practicantes en cada sesión.
Luego de tantos kilómetros, en un camino que siempre
me parece estar comenzando, no me queda más que una sensación e gratitud al
Yoga y a todas las oportunidades que tuve de conocer tantos Seres diferentes y
particulares, de explorar diferentes ámbitos, de introducir a tantas personas a
la práctica de Yoga, ya que desde su primera vez muchos han abrazado el conocimiento
y cultivado esta amada, poderosamente transformadora y generosa actividad, convirtiéndola
en algo permanente en sus vidas.
©Pablo Rego
Profesor de Yoga
Masajista-Terapeuta
holístico
Diplomado en
Medicina Ayurveda de India
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