Experimentar la tercera dimensión
es, lo hayamos pensado o no, nuestra realidad material. Toda experiencia que ocurre en este plano nos incluye, nos afecta, nos influye y modifica, modificándose también
nuestro entorno, así permanentemente.
Incluso tomando en cuenta las
diferentes teorías de la existencia, las diferentes posibles dimensiones en las
que la organización de la luz y el tiempo pueden cambiar, la vida en la tierra,
en esta dimensión en la que los sentidos y un cuerpo físico son el nexo con el
mundo físico y material, está definida principalmente por la tercera dimensión.
Cuando se piensa una huerta, o un jardín de temporada, se planifica en dos dimensiones, tengamos un amplio espacio, un balcón o una terraza.
Ancho x largo.
Se dibujan los canteros, tablones,
maceteros o bancales, se pueden dejar pasillos o no, se cuentan los metros o
centímetros para sembrar una u otra especie de verdura, planta u hortaliza, se
asocia o no, se ordena escrupulosamente o no, pero siempre es esas dos
dimensiones, ya que la tercera, la de la altura, es algo que depende un poco
menos de nosotros ó que permite la intervención necesaria del tiempo y la
naturaleza.
Cada día las plantas crecen, un
poco más o menos, dependiendo del riego, de la lluvia, del abono, de nuestra
mirara y cuidados; pero, en gran medida, el éxito de una buena temporada y de
una buena cosecha están ligados al crecimiento hacia arriba de los vegetales, al
respeto por la necesidad imperiosa de luz que éstas especies tienen, a acompañarlas,
permitiéndoles e incentivándoles ese crecimiento.
Así, conforme va pasando el tiempo, tenemos el crecimiento hacia arriba, las tres dimensiones y el aprendizaje que el cuidado de la huerta, la paciencia, la contemplación y el trabajo cotidiano nos regalan mientras disfrutamos cada día de cada planta nueva, del crecimiento de cada vegetal precioso, de la aparición de cada flor, de cada fruto tomando consciencia de nuestro juego en este plano dinámico en el que nos desarrollamos como seres.